jueves, 7 de mayo de 2015

Tres policías bajo un paraguas (sin contar a Torales)

Tres policías bajo un paraguas (sin contar a Torales)

Rodolfo Walsh fue un extraordinario narrador. Tal vez su obra más reconocida, Operación Masacre, fue, en cierta medida, contraproducente: tapó el resto de su trabajo, realmente de sumo valor. Tuvo, claramente, predilección por la literatura policial. Desde Variaciones en Rojo hasta Cuento para Tahúres, pasando por Los Oficios Terrestres, su laburo está plagado de enigmas, investigadores, resoluciones repentinas y preguntas sin respuestas.
Hoy por la mañana, y parte del mediodía, se llevó a cabo la tercera jornada del Juicio por Torturas contra Luciano Arruga. Declararon varias personas, dos de ellas, vinculadas directamente al ex destacamento de Lomas del Mirador, donde estuvo Luciano aquel septiembre de 2008. Ex policía, y actual. Ambos, ex compañeros, entre sí, y de Torales. La defensa desestimó a un par más. Es complejo describir lo que se vivió en el espacio de la Unión Industrial de La Matanza. Un cúmulo de inexactitudes, dudas, contradicciones, desmemorias repentinas, horas y minutos que no cuajaban y personas que se desmaterializaban de un relato a otro. Cuando el reloj de uno marcaba algo, el del otro atrasaba. Los protagonistas de una historia, en la otra no estaban. Lo que dos más dos era cuatro en un testigo, daba seis en el restante. Incluso, en ciertos momentos, los presentes parecían ser extras de una ficción que mutaba de género una y otra vez. A veces, era terror. Luego, viraba a cómica. En muchos minutos, de Ciencia Ficción. Drama. Policial. 
Lo que si estaba claro era que los protagonistas principales se sabían de memoria el libreto. Aunque, obvio, no existió demasiada versatilidad para la improvisación. Falla de los directores que, en fin, siempre pagan la culpa de las malas puestas en escena. Y con justicia.
Hubiese sido interesante tenerlo a Walsh en la sala, aunque sea unos minutos, y tomarse un café con él, luego de las palabras finales del jurado. Verlo anotar, parado, sin frenarse, una y otra vez, acomodándose esos anteojos macizos y cuadrados que perduran, junto a sus ojos, en el tiempo. Seguramente, con la misma sagacidad utilizada para descubrir quién mató a Rosendo, daba por tierra con el relato plagado de inexactitudes y puntos negros de Chapero, una de las testigos. Probablemente, utilizando estrategias heredadas de seguir de cerca a los asesinos de José León Suárez, sepultaba las palabras de Miguel Ángel Olmos, que no frenó en su insistente tendencia a desdecirse con respecto a declaraciones anteriores al juicio. 
Tal vez, pedimos demasiado. Con un literato con la mitad de la inteligencia de Walsh se hubiese comprendido todo. Finalmente,la audiencia terminó, pasado el mediodía. Y, parafraseando el maravilloso "Tres Portugueses Bajo un Paraguas", el primer policía se fue a su casa. Al segundo, en el banquillo, no lo dejaron. El tercero, se llevó las dudas de todos los presentes. Muerta, en el piso, yacía la verdad. 

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